La volví a ver ayer y es una obra maestra... Erase una vez un mundo dividido en dos partes antagónicas. Una parte de ese mundo, la parte occidental, abrazaba al capitalismo, la otra en cambio, al comunismo. Los dirigentes de ambas partes, a fin de salvaguardar a sus ciudadanos de las respectivas ideologías y concepciones sociales de sus rivales de enfrente, pusieron todas las trabas posibles para que las películas producidas al otro lado tuvieran poca o nula trascendencia. “Ven y mira”de Elen Klimov, es una de esas desconocidas joyas ex-soviéticas que por fin ven la luz hoy, en este nuevo mundo tan hiperglobalizado y “democrático” en el que vivimos. Fue a mediados de los años ochenta cuando Elen Klimov presentó su filme en el Festival de Cine de Moscú. Justo en el momento en el que Oliver Stone preparaba al otro lado del Muro de Berlin, en California, “Platoon”, su visión sobre su experiencia personal como soldado en Vietnam. Si Stone muestra la guerra a través de los ojos del actor Charlie Sheen, Klimov hace lo mismo con el joven actor Alexei Kravchenko, una especie de José Luis “el Bola” Ballesta soviético, un chico sin experiencia cinematográfica previa. Los dos jóvenes protagonistas son unos imberbes combatientes voluntarios que descubren, cada uno en su respectivo film, la realidad caótica del combate bélico, el miedo atroz durante la batalla, el hedor de los cuerpos mutilados y la ausencia de héroes verdaderos. Descubren que en la guerra real, el enemigo no solo esta enfrente de ti, sino también detrás, en tus propias filas, incluso escondido dentro de uno mismo.
La diferencia final entre ambas películas es que Oliver Stone recibió el Oscar y “Platoon” ingreso, justamente, en los libros de historia del cine, al lado de “Apocalypse now” o “El cazador". “Ven y mira” en cambio, fue olvidada y, casi, censurada en la URSS. No gusto demasiado la cinta en el PCUS. “Ven y mira” fue ideada inicialmente como un homenaje a los partisanos bielorrusos que combatieron a los nazis durante la II Guerra Mundial, es decir, como un film soviético de propaganda en torno al XL Aniversario de la Gran Victoria. Pero la obra de Elen Klimov se acercaba demasiado al horror real. La imagen que ofrece la película de la Resistencia partisana no es la típica imagen de unos heroes abnegados que luchan con gran valor, sino la de hombres y mujeres corrientes, que pelean para salvar sus propias vidas sobretodo. Personas simples que sienten mucho miedo, que gritan cuando les disparan, que sangran. Unos seres vulgares que un día vieron como las tropas alemanas llamaban a su puerta, y mataban sus padres, violaban a sus hermanas y quemaban vivos a sus vecinos y amigos (700 aldeas bielorrusas fueron incendiadas durante la ocupación nazi en represalia a los sabotajes de la Resistencia).
Para Elen Klimov, las medallas al valor no devuelven la vida a los muertos, ni sanan las heridas físicas y mentales. En la II Guerra Mundial, como en cualquier otra guerra, se perdió tanto que no es posible mostrar otra cosa más que el terror más absoluto, una sucesión de secuencias cada vez más perturbadoras, donde, solamente la visión de las mismas, ya degrada profundamente al protagonista (espectador), que va envejeciendo prematuramente ante el objetivo de la cámara, poniéndosele el pelo cada vez más blanco a causa del pánico que siente en su interior (gran trabajo de caracterización y maquillaje). Aunque, tanto el director, los actores o el equipo técnico son rusos, y desconocidos para la mayoría de nosotros, la calidad la película es extraordinaria.
Elen Klimov utiliza la steadycam de forma magistral y muy moderna. Literalmente, la cámara te sumerge dentro de los bosques espesos donde se refugian los partisanos y allí los sigue sinuosamente, a través de caminos embarrados. El director no se corta nada a la hora de buscar la realidad. Por ejemplo, después de un bombardeo alemán, durante una toma muy larga, un pitido muy molesto dificulta el sonido ambiente simulando la sordera repentina del protagonista. El guión tiene la estructura de un viaje iniciático, donde capitulo a capitulo, la inocencia del joven protagonista va desapareciendo, se esfuma de manera cruel. La historia comienza justo cuando Kravchenko consigue un fusil de una tumba de un soldado alemán (metafóricamente, de su madre patria, la tierra bielorrusa), requisito imprescindible para ser admitido dentro de la Resistencia. Pero, por una broma oscura del destino, hasta el final de la película no tendrá oportunidad alguna de disparar su arma, pues estará demasiado ocupado huyendo, enterrando a su familia asesinada o prisionero de los nazis.
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