La vi ayer y me gustó. La cinta trata de la figura del que fue tres veces Presidente del Consejo de Ministros de Italia, el calculador, inteligente, frío y enigmático Giulio Andreotti, líder del partido conservador Democracia Cristiana (y cuyas presuntas vinculaciones con la Mafia nunca fueron probadas, pese a ser procesado varias veces por ello). Es como un irresistible cruce literario y cinéfilo del Ricardo III de William Shakespeare (por su deformidad física, Andreotti era jorobado, unido a la astucia maquiavélica) y el Nosferatu de Murnau (gestualizaciones rígidas del rostro, el cuerpo y las manos que recuerdan directamente a la inolvidable composición expresionista del actor Max Schreck). Y en este aspecto, Toni Servillo nos sirve una magnífica caracterización como Andreotti. Un panorama, humano e histórico, complejo de reflejar y que Sorrentino resuelve acudiendo a la hipérbole, a lo esperpentico, grotesco y sarcástico, como si fuera un delirante carrusel dirigido por Fellini, plagado además de diálogos y frases memorables (Andreotti prefiere en la iglesia hablar con los curas antes que con Dios, porque los saderdotes votan y Dios no, en lo que resume toda una filosofía pragmática). La misma música y las canciones de la banda sonora van incluso más allá de sus cometidos actuando como un elemento que dota de mayor ritmo a una narración donde la música clásica de Vivaldi o la original compuesta por Teho Deardo se alterna con la vibrante electrónica del dúo Cassius en Toop Toop, la calidez de una balada de Bruno Martini, el pop de The Veils o el minimalismo ochentero de Trio en la canción Da da da. En el exceso de información y hechos o el trepidante frenesí de la propia película (incluyendo vistosas letras rojas que surgen de entre los personajes como si fueran su tarjeta de visita), tropieza, incluso cae (decae) a partir de su primera mitad, lo que no impide que el resultado de esta crónica bufonesca, casi de show mediático (no en vano el sutítulo de Il divo es el de La espectacular vida de Giulio Andreotti) acabe revelándose como una incisiva mirada que reiventa el concepto de biopic, salpicado por el constante desfile de personajes, siempre moviéndose en el resbaladizo terreno de la caricatura, y coqueteando tanto con Tarantino como con los spaguetti-western de Sergio Leone (la llegada del grupo de hombres de confianza de Democracia Cristiana para reunirse con Andreotti es ejemplar al respecto).